miércoles, 21 de noviembre de 2007

El Período de Entreguerras (1919-1939)


Los primeros años de la posguerra estuvieron marcados por la dificultosa aplicación de los tratados de paz de 1919. Sin embargo, la segunda mitad de los años veinte abrió un período de concordia internacional que ilusionó a los contemporáneos. La depresión de 1929 y el ascenso de Hitler al poder demostraron el carácter efímero de este tiempo de armonía. Los años treinta prepararon el camino a una segunda y aun más destructiva conflagración mundial.

Los problemas de la posguerra (1919-1923)

Los tratados firmados tras la Conferencia de París no sirvieron para crear un marco de estabilidad internacional. En un contexto de graves dificultades económicas, la situación política mundial se caracterizó por la existencia de múltiples conflictos pendientes, la dificultad en la aplicación de los tratados y la segura aparición de importantes tensiones internacionales.

El nacimiento de la Sociedad de Naciones
La Sociedad de Naciones, el sueño del presidente norteamericano, Woodrow Wilson, nació en la Conferencia de París. Por primera vez en la historia se concretaba algo que muchos pensadores anteriores habían anhelado: una suerte de gran instancia internacional en la que se discutieran los grandes problemas y se solventaran pacíficamente los conflictos. Por fin, los principales países del planeta se habían puesto de acuerdo para crear una Sociedad que tuviera como fin resolver los contenciosos entre los estados.





Muy pronto, sin embargo, se vino abajo el sueño. La Sociedad de Naciones tomó pronto el aspecto de una sociedad de vencedores: a la negativa a aceptar el ingreso de Alemania y la Rusia soviética, se le unió la renuncia norteamericana a participar en el gran proyecto que había diseñado su presidente. Sólo Gran Bretaña y Francia se mantuvieron en una asociación que se reveló como inoperante. La ausencia de potencias clave en el concierto mundial y la carencia de medios militares y económicos para hacer aplicar sus resoluciones nos explican la escasa incidencia de la labor de la Sociedad de Naciones en las relaciones internacionales.

Las tensiones en los territorios del antiguo Imperio Austro-Húngaro

La ruptura y desintegración del más antiguo imperio europeo tenía que venir acompañada de fuertes tensiones entre los países que heredaron su territorio. Veamos, sin ánimo exhaustivo, algunos ejemplos.

La pugna italo-yugoslava por los territorios del norte del Adriático

Es un buen ejemplo para mostrar la enredada madeja de compromisos previos y principios políticos generales en la que se basó el debate en la Conferencia de París. En el Tratado de Londres (1915) a Italia se le había prometido la anexión de la península de Istria, al norte del Adriático. Estas pretensiones, sin embargo, chocaban con el respeto al principio de las nacionalidades defendido por Wilson. El presidente norteamericano, con el apoyo de las autoridades yugoslavas, propuso una línea fronteriza, la línea Wilson, que dejaba todo el sureste de Istria en manos de Belgrado.

La indignación que despertó en Italia la nueva situación llevó a que la delegación transalpina abandonara la Conferencia de París durante dos semanas (del 24 de abril al 7 de mayo de 1919). El 12 de septiembre, complicando aún más la situación, el poeta nacionalista italiano Gabriele D'Annunzio ocupaba con un grupo de voluntarios el puerto de Fiume (actual ciudad de Rijeka en Croacia).

La complicada situación se resolvió finalmente con la firma del Tratado de Rapallo (1920). Ni los italianos, que renunciaban a la anhelada región de Dalmacia continental, ni los yugoslavos, que veían la nueva frontera entre ambos estados desplazado al este de la Línea Wilson, salieron contentos del arreglo. D'Annunzio fue finalmente desalojado del Fiume por tropas italianas que ocuparon la ciudad. Fiume fue declarada ciudad independiente.

Esta crisis mostró claramente el descontento nacionalista que se desarrolló en Italia tras el conflicto. Apoyándose en este sentimiento, Benito Mussolini lanzará su desafío al estado liberal italiano y alcanzará el poder en 1922. Bajo la presión del gobierno fascista, Yugoslavia cedió finalmente reconociendo la soberanía italiana en Fiume. Un nuevo tratado italo-yugoslavo se firmó en Roma en 1924.

La lucha entre Polonia y Checoslovaquia por el territorio de Teschen

Rica región industrial, Teschen enfrentó a los nuevos estados polaco y checoslovaco tras la primera guerra mundial. Los polacos reclamaron el territorio basándose en el principio de las nacionalidades (55% de polacos, 27% de checos y 18% de alemanes), mientras que el gobierno de Praga basó su reivindicación en la pertenencia histórica del territorio a Bohemia.

En noviembre de 1919, los ejércitos de ambos países entraron en el territorio, procediéndose a una división provisional que favoreció a Checoslovaquia y que terminó por hacerse definitiva.

La cuestión húngara

Hungría fue, sin lugar a dudas, uno de los grandes perdedores de la Gran Guerra. Proclamada la república de Hungría, el 16 de noviembre de 1918, dos tercios del territorio húngaro fueron ocupados por tropas serbias, checas y rumanas. El caos de la derrota propició la efímera revolución comunista de Béla Kun (marzo 1918). El terror implantado por la república soviética provocó el antagonismo de gran parte de la población. Finalmente, el 4 de agosto, Béla Kun y sus seguidores abandonaron Budapest ante la llegada de un ejército rumano, que ocupó la ciudad dos días más tarde. Las presiones aliadas consiguieron que los rumanos abandonaran la capital y finalmente se instituyó un gobierno dirigido por el almirante Miklós Horthy, quién se vió forzado a firmar el durísimo Tratado de Trianon en junio de 1920. Hungría quedó reducida a un pequeño estado de 92.000 kilómetros cuadrados y millones de húngaros quedaron fuera de sus fronteras en Checoslovaquia, la Transilvania rumana o Yugoslavia.



El gobierno de Horthy intentó restaurar como Rey de Hungría al antiguo emperador Carlos Habsburgo a la vez que trataba de conseguir una revisión de las fronteras establecidas en el Tratado de Trianon. La reacción de los países afectados fue inmediata: en agosto de 1920 se constituyó la Pequeña Entente. Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumania firmaron un pacto defensivo contra las aspiraciones húngaras de revisar los tratados de paz. Tras algunas dudas, Francia brindó su apoyo a la nueva alianza.

La política de alianzas de Francia e Italia en la Europa central
Francia, siempre ante la perspectiva de la amenaza alemana, buscó establecer una red de alianzas con los nuevos países surgidos entre Alemania y Rusia. Se trataba de buscar aliados que rodearan a una Alemania que ansiaba revisar el Tratado de Versalles. Es evidente que la gran alianza franco-rusa de 1893 estaba implícita en las maniobras de la diplomacia gala. No obstante, Francia pronto se apercibió de que había dos grandes diferencias con respecto a las alianzas previas a la Gran Guerra: por un lado, ninguno de los nuevos países tenía un potencia comparable a Rusia, por otro, estos nuevos países estaban enfrentados entre sí por múltiples conflictos de tipo nacionalista.

Pese a todas las dificultades, Francia, por medio de su ministro de asuntos exteriores, Berthelot, firmó un tratado de alianza con la Polonia de Pilsudski en 1921. La alianza implicaba un tratado secreto militar contra Alemania. En 1924, el gobierno francés amplió sus alianzas a Checoslovaquia, lo que indirectamente le ligaba a la Pequeña Entente nacida en 1920. Pese a sus intentos de conciliar a sus dos nuevos aliados, el conflicto de Teschen impidió una alianza entre Varsovia y Praga.

Mientras tanto, Italia vencedora en la guerra pero descontenta con los tratados, establece una red de acuerdos diplomáticos con los países de la Europa danubiana perdedores en la guerra y descontentos con el "statu quo". Roma firma acuerdos con Hungría, Austria, Bulgaria y Albania.

Podríamos resumir la situación de la siguiente manera: mientras que Gran Bretaña se mantiene al margen de estas alianzas orientales en las que no tiene ningún interés especial, Francia, buscando mayor seguridad contra Alemania, busca aliados entre los países satisfechos con la nueva situación creada tras la guerra. Por el contrario, Italia, quejosa por la situación surgida de la Conferencia de París, trató de establecer acuerdos con los países descontentos.

El problema de las indemnizaciones: el plan Dawes

A principios de 1924, todas las grandes potencias buscaban un acuerdo que permitiera alcanzar la estabilidad monetaria internacional. Gran Bretaña trataba de restablecer el patrón-oro, Estados Unidos necesitaba estabilidad monetaria para colocar en Europa sus excedentes financieros, Alemania necesitaba absolutamente préstamos internacionales para tratar de asentar su nueva moneda, el Rentenmark, que acababa de sustituir a un marco sin valor alguno, y, por último, Francia debía tomar medidas para salvar al franco, muy debilitado tras la invasión del Ruhr.

Los países anglosajones, Gran Bretaña y especialmente la gran potencia estadounidense, van a intervenir forzando a Francia y a Alemania a la negociación. Francia ya no tenía fuerzas para continuar con su política de ejecución de los tratados. Para muchos historiadores nos hallamos en un momento clave: en adelante Francia inicia una política exterior de subordinación a Gran Bretaña, consciente de su debilidad y de que la recuperación económica llevará a Alemania a constituirse de nuevo en una enorme amenaza, el gobierno de París inicia un periodo de subordinación a la política de Londres. Esta nueva postura, como veremos, será clave para entender las políticas aplicadas en los años treinta ante la creciente amenaza hitleriana.

En el verano de 1924 se reunió la Conferencia de Londres con el objetivo de aplicar el denominado Plan Dawes. El plan, redactado por un comité presidido por el financiero norteamericano Charles Dawes, significó esencialmente una notable reducción del volumen total de las deudas alemanas y un importante flujo de inversiones norteamericanas en Alemania con el objetivo de reflotar la economía germana. Se trataba básicamente de poner de nuevo en funcionamiento el sistema financiero mundial: los norteamericanos prestaban e invertían en Alemania, para que su renacida economía fuera capaz de cumplir con la obligación de las reparaciones y, así, los países europeos de la Entente (Francia, Italia, Gran Bretaña) pudieran pagar las deudas adquiridas con EE.UU. durante el conflicto.

La economía europea recibió alborozada el nuevo ambiente de concordia y colaboración. A partir de 1924 se inicia un corto periodo de bonanza económica. La euforia económica tuvo su correspondiente euforia política.

El Tratado de Locarno
La propuesta de Gustav Stresemann en febrero de 1925 de llegar a un reconocimiento legal de las fronteras occidentales establecidas en el Tratado de Versalles, encontró una rápida respuesta de Aristide Briand, recién nombrado ministro de asuntos exteriores en París. Las negociaciones iniciadas culminaron con la reunión de los representantes de las grandes potencias en la ciudad suiza de Locarno durante el mes de octubre de 1925. Gustav Stresemann por Alemania, Aristide Briand por Francia, Austen Chamberlain por Gran Bretaña, Benito Mussolini por Italia y Émile Vandervelde representando a Bélgica debatieron los grandes temas que afectaban a la seguridad europea.

Los Tratados de Locarno fueron finalmente ratificados y firmados en Londres en diciembre de 1925.

El principal de los tratados firmados en Locarno es el pacto de garantía mutua de las fronteras occidentales de Alemania, incluyendo la zona desmilitarizada de Renania. Alemania, por primera vez, aceptaba de iure sus fronteras con Francia y Bélgica aprobadas en Versalles. Los tres países interesados firmaron el tratado, junto al Reino Unido e Italia que harían el papel de garantes del tratado.

La gran debilidad de los Tratados de Locarno fue que Alemania no quiso ni oír hablar de firmar pactos similares con respecto a sus fronteras orientales. Alemania nunca reconoció sus nuevas fronteras con Polonia y Checoslovaquia, y, allí, efectivamente se inició la crisis que llevó a la segunda guerra mundial.

Pese a todo, Locarno marcó el inicio de un nuevo período de distensión, lo que los historiadores han denominado la era Briand-Stresemann, por el papel clave que jugaron los jefes de las diplomacias francesa y alemana en los años subsiguientes. Un nuevo espíritu de concordia, el espíritu de Locarno, dominó la escena internacional hasta la llegada de la depresión económica en 1929.

La era Briand-Stresemann
El primer gran acto de este periodo es el ingreso de Alemania en la Sociedad de Naciones. La emotiva sesión de la Sociedad en Ginebra tuvo una gran resonancia internacional. Briand dio la bienvenida a su colega germano y Stresemann respondió con un discurso en el que exclamó: "¡Abajo los fusiles, las ametralladoras y los cañones! ¡Paso a la conciliación, al arbitraje y a la paz!". El ingreso de Alemania, además de dar mayor credibilidad a la Sociedad de Naciones, significaba el reconocimiento del status de gran potencia al país germano.

En este nuevo ambiente internacional, en 1927 Briand entró en contacto con su colega norteamericano Frank Kellogg, de estos contactos nació el denominado Pacto Briand-Kellogg, firmado solemnemente en agosto de 1927. Este acuerdo, que no tenía importante contenido real, tenía, sin embargo, un importante valor simbólico y ejemplificador: Francia y EE.UU. renunciaban a la guerra como medio para solucionar cualquier diferencia entre ambos países. París y Washington invitaban a los demás estados a adherirse a este pacto que declaraba ilegítima a la guerra. En 1929, más de 60 países, entre ellos Alemania, habían firmado el pacto.

Briand, que había tomado contacto con el conde Coudenhove-Kalergi, líder del movimiento Paneuropa, pronunció en septiembre de 1929 un discurso en la Asamblea General de la Sociedad de Naciones en el que proclamaba la necesidad de constituir una Unión Europea. Este es uno de los últimos momentos del espíritu de Locarno, el estallido de la crisis económica hizo que la propuesta de Briand cayera en el vacío. Al año siguiente, en septiembre de 1930, el ambiente internacional era muy diferente y la propuesta de Briand fue retirada.

Stresemann, mientras tanto, llevaba a cabo una decidida política de revisión del Tratado de Versalles. Fortalecida en su posición internacional, contando con la comprensión de los países anglosajones y con una economía en crecimiento, Alemania tenía cada vez más poder para incidir en las grandes decisiones internacionales. Fruto de la labor diplomática de Stresemann fueron la evacuación de las tropas aliadas que aún quedaban en Renania en 1930 (cinco años antes de lo estipulado en el Tratado de Versalles) y una nueva renegociación del pago de las reparaciones, concretada en llamado Plan Young de 1929. En este nuevo arreglo, en el que se reducía el monto total de las reparaciones, se preveía que Alemania pagara indemnizaciones a los vencedores ¡hasta 1988!

La depresión económica que estaba a punto de estallar al otro lado del Atlántico vino a poner fin no solo a las previsiones del Plan Young sino también al corto periodo de concordia internacional que había disfrutado el mundo.

Los últimos momentos de concordia: la evacuación de Renania y el Sarre
Como ocurre en muchos otros periodos históricos, no es fácil establecer claramente las etapas en que podemos dividir la evolución histórica. No se pasó evidentemente en un día del Espíritu de Locarno a la infernal dinámica que llevó a septiembre de 1939. Pero, ¿dónde poner los límites a ese corto periodo de transición de la concordia al inicio del camino hacia la guerra? ¿En la Moratoria Hoover de 1931 o la Conferencia de Lausana de 1932 que ponían prácticamente fin al pago de reparaciones alemanas? ¿En la invasión japonesa de Manchuria en 1931? ¿En el fin de todo tipo solidaridad económica en la Conferencia Económica Internacional?.¿En el fracaso de la Conferencia Internacional de Desarme en 1933?.¿En el establecimiento del servicio militar obligatorio en Alemania en 1935?.

Me he inclinado por el año 1933 como el año clave que marca un antes y un después. Entre todos los graves acontecimientos de ese año hay uno que claramente destaca y lo singulariza como un año trágico: el ascenso de Hitler a la cancillería alemana el 30 de enero de aquel año.

Cuando el 17 de mayo de 1930 se firma el protocolo definitivo del Plan Young está teniendo lugar uno de los últimos momentos de concordia en Europa. Inmediatamente Edouard Herriot, el primer ministro francés, ordena la evacuación de las últimas tropas de ocupación en Renania. En diciembre las tropas francesas abandonan la región del Sarre, zona que, sin embargo, continuó bajo la administración económica francesa hasta 1935.

Estas medidas no pueden ocultar el rápido enfriamiento de las relaciones franco-alemanas. La muerte de Gustav Stresemann, el 3 de octubre de 1929, distanció más a dos países que ya en aquel momento se miraban con creciente recelo. La repercusión de la crisis de 1929, especialmente virulenta en Alemania, puso fin definitivo al edificio diplomático construido en los efímeros años de concordia. La trayectoria de Aristide Briand es una clara muestra del dramático cambio que vivía Europa: duramente derrotado en las elecciones presidenciales de 1931, abandonó la política y murió en marzo de 1932. Los tiempos no estaban para concordia ni para proyectos de unidad europea. Eran tiempos de nacionalismo y de soluciones violentas.

La repercusión de la crisis económica: el fracaso de la Conferencia Económica Internacional
La devastadora crisis iniciada en EE.UU. en 1929 arrasó cualquier idea de cooperación y solidaridad económica. Las grandes potencias se embarcaron en políticas económicas basadas en la elevación de aranceles para limitar las importaciones y en la devaluación de las monedas para facilitar las exportaciones. Estas políticas de nacionalismo económico se daban en un marco de desorden monetario general.



El último intento de conciliación tuvo lugar en la Conferencia Económica Internacional que tuvo lugar en Londres en julio de 1933. Su fracaso fue rotundo, a partir de ahí el sálvese quien pueda fue la regla general. Las posturas insolidarias se generalizaron en todas los países y desde todas las perspectivas ideológicas. Gran Bretaña se replegó en el Imperio adoptando una política de preferencia imperial y poniendo fin a una larga tradición librecambista, el New Deal de Roosevelt tenía una clara tendencia aislacionista, y, lo que era más grave, en Alemania, duramente golpeada por la depresión, se impuso una política de autarquía y rearme.

La fallida Conferencia Internacional de Desarme
En un claro ambiente de creciente insolidaridad se reunión en Ginebra en febrero de 1932 una Conferencia en la que estaban representados 62 países. Alemania desde un principio exigió la igualdad de derechos con las demás potencias y la reducción de armamentos de los demás países al mismo nivel que el Tratado de Versalles le había impuesto a ella. Los países anglosajones, mientras tanto, parecían más preocupados por la posible hegemonía francesa que por el posible rearme alemán. La URSS, mientras tanto, pedían un desarme total e inmediato.

En este ambiente caótico se discutieron diversos planes contrapuestos. Alemania, cada vez más exigente, se retiró y volvió a las negociaciones. Mientras tanto, el 30 de enero de 1933, Hitler era nombrado canciller: el 14 de octubre, Alemania abandonó la Conferencia de Desarme y pocos días después la Sociedad de Naciones. En adelante, la perspectiva de la guerra se fue haciendo cada vez más nítida en las cancillerías europeas.

El expansionismo japonés: la ocupación de Manchuria (1931)
En 1931 tiene lugar la primera de la serie de crisis que jalonan el camino hacia la segunda guerra mundial. Japón, con viejas aspiraciones expansionistas en el Extremo Oriente, vio como la crisis económica le golpeaba de una forma importante. Un país superpoblado y con escasas materias primas sufrió especialmente la contracción del comercio mundial.

El nacionalismo agresivo y expansionista se convirtió en la corriente ideológica imperante en el archipiélago, muy especialmente en el Ejército. Desde 1930, el gabinete ultranacionalista de Inukai Tsuyoshi puso sus ojos en China, un enorme país debilitado por una larga guerra civil. Así, aprovechando un incidente menor, el ejército japonés en el otoño de 1931 procedió a invadir la región norteña china de Manchuria.

La reacción china fue inmediata y apeló a la Sociedad de Naciones. Esta formó una Comisión, presidida por el británico Lord Lytton, que, de forma muy conciliadora con los intereses japoneses, procedió a estudiar la situación. Sin embargo, el gobierno de Tokyo continuó con una política de hechos consumados: en marzo de 1932, decretó la independencia de Manchuria con el nombre de Manchukuo y estableció gobierno títere del emperador Pu-Yi, antiguo emperador chino destronado en 1912.

La tibia reacción de la Sociedad de Naciones no impidió que, en marzo de 1933, Japón abandonara la organización con sede en Ginebra. Muy pronto le seguiría la Alemania de Hitler. En adelante, la Sociedad creada en 1919, recién acabada la guerra que pondría fin a todas las guerras se reveló como un organismo inoperante. La crisis de Abisinia en 1935-1936 significará su fin definitivo.

La ocupación japonesa de Manchuria cambió el equilibrio de poder en el Pacífico. Japón se liberó de las restricciones acordadas en la Conferencia de Washington en 1922 y se colocó en una posición estratégica favorable para una ulterior guerra contra China.

La política germana (1931-1935)
El impacto de la depresión y la muerte de Stresemann provocaron en Alemania un claro endurecimiento en sus posiciones exteriores, perceptible antes de la llegada al poder del nacionalsocialismo. El decidido propósito de acabar con el pago de las reparaciones, alcanzado tras la Moratoria Hoover y la Conferencia de Lausana; el proyecto de unión aduanera con Austria, frenado por la acción conjunta franco-británica; y la exigencia de igualdad de derechos con las demás potencias en el terreno armamentístico marcan la política iniciada por el canciller Brüning en 1930.

La llegada de Adolf Hitler a la cancillería trajo, no obstante, un nueva política exterior que, más allá de los bandazos tácticos del Führer, reflejaba las ideas expansionistas y militaristas expresadas por el dictador nazi en su Mein Kampf. Hitler tenía como objetivo central destruir el orden de Versalles, y para ello se planteó dos metas inmediatas: crear unas fuerzas armadas poderosas y anexionar al Reich los territorios fuera de él habitados por población germana.



El abandono de la Conferencia de Desarme y de la Sociedad de Naciones en 1933 fueron las primeras actuaciones de la nueva política exterior de Alemania. A la vez, aunque aún de forma muy prudente, Hitler inicia el rearme clandestino.

Hitler, sin embargo, no podía ser muy agresivo en sus primeros momentos en la cancillería. Necesitaba ante todo asentar su poder en Alemania. Así, su primera jugada diplomática fue moderada y hábil. En enero de 1934, Alemania y Polonia, representada por su ministro de exteriores Josef Beck, firmaron un pacto de no agresión. Ambos países, afirmaba el tratado, iniciaban una nueva etapa política basada en los principios del Pacto Briand-Kellogg y en la exclusión de las medidas de fuerza para resolver sus problemas. Fue una maniobra hábil del que aún era menospreciado en muchas cancillerías europeas: Hitler consiguió debilitar los lazos de Francia con Polonia y, a la vez, se cuidó muy mucho de reconocer las fronteras orientales del Reich.

El momento más grave de esta primera fase de la política exterior hitleriana tuvo lugar en Austria. El canciler austríaco, el conservador Dollfuss, que pocos meses antes había aplastado a los socialdemócratas en Viena, fue asesinado en un intento de golpe de estado nazi en octubre de 1934. Mussolini, que aspiraba a que Austria fuera un estado bajo la influencia italiana, reaccionó inmediatamente y envió tropas a la frontera italo-austríaca del Brennero. El golpe nazi fracasó y un nuevo canciller, Schusnigg, llegó al poder en Viena. Pese a las protestas del gobierno Berlín, que afirma desconocer totalmente la actuación de sus correligionarios austríacos, las relaciones entre Mussolini y Hitler se deterioraron de forma importante. El dictador alemán se dio cuenta de las dificultades de llevar a cabo el Anschluss contra la opinión de Mussolini.

El año de 1935 trajo dos hechos destacables. En primer lugar, cumpliendo lo estipulado en el Tratado de Versalles, se celebró un plebiscito en el territorio del Sarre, hasta ese momento administrado y explotado por Francia. La abrumadora victoria de las posiciones partidarias del retorno al Reich alemán, más del 90% de los sufragios emitidos, reforzó la política nacionalista de Hitler. El segundo paso fue mucho más trascendente, Hitler, tomando como pretexto la prolongación de la duración del servicio militar en Francia, anunció el restablecimiento del servicio militar obligatorio en Alemania.

La reacción diplomática francesa (1934-1935)
Francia era evidentemente el país más amenazado por la política revisionista de Hitler. Tras el abandono alemán de la Conferencia de Desarme y la evidencia del rearme germano, el 17 de abril de 1934, el gobierno de París publicó una nota diplomática denunciando el rearme alemán y proclamando la determinación francesa de defenderse por sí misma.

Era el primer acto del nuevo ministro de asuntos exteriores francés, Louis Barthou, quien desde febrero de 1934 estaba dirigiendo una acción diplomática destinada a conseguir que Alemania garantizara el respeto a sus fronteras orientales. Se trataba de conseguir un Locarno del Este.

Francia inició una vigorosa actividad diplomática a lo largo de toda Europa. Fruto de ella fue la aproximación del gobierno de París a la URSS y a la Italia de Mussolini.

El reingreso de la URSS en el concierto internacional
El antibolchevismo sistemático del nuevo gobierno nazi y el rearme alemán provocaron un importante cambio en la orientación de la diplomacia soviética. A partir de 1933, Moscú proclamó que no aspiraba a revisar los tratados de 1919 y firma acuerdos bilaterales de no agresión que casi todos sus vecinos. La culminación de este proceso llegó en septiembre de 1934 con el ingreso de la URSS en la Sociedad de Naciones.

La amenaza nazi motivó un cambio importante en la orientación política de la Internacional Comunista. Stalin ordenó el abandono de la anterior táctica de clase contra clase, que tanto había hecho para desunir a la izquierda alemana y facilitar el ascenso de Hitler, y, en agosto de 1935, el VII Congreo de la Komintern afirmó que el fascismo constituía una grave amenaza para la URSS y la paz mundial y autorizó la búsqueda de alianzas con la izquierda y la burguesía progresista para construir alianzas antifascistas. Los Frentes Populares en Francia y España, sobre todo en la guerra civil, serán los más claros ejemplos de esta nueva orientación.

El Frente de Stresa y el pacto franco-soviético
En octubre de 1934, Louis Barthou muere asesinado por un ustacha croata cuando acompañaba en Marsella en una visita al Rey de Yugoslavia. Le sucede al frente del ministerio de asuntos exteriores, el Quai d'Orsay, Pierre Laval. El nuevo ministro aunque sigue básicamente las directrices marcadas por Barthou, cambia las prioridades: la alianza con Italia adquiere más importancia que el pacto con la Rusia soviética. Laval, hombre de ideas conservadoras, adopta además una política más conciliadora con Alemania, como demostró las facilidades dadas a la anexión germana del Sarre.

La aproximación a Italia se inició en enero de 1935. Laval y Mussolini ponen fin a las diferencias entre París y Roma en los asuntos coloniales y en la Europa danubiana. Este acuerdo franco-italiano se amplió rápidamente a Gran Bretaña. La implantación del servicio militar obligatorio en Alemania precipitó la reunión el 11 abril de 1935 de la denominada Conferencia de Stresa. Las tres potencias reafirman en una declaración conjunta su apoyo a la independencia de Austria, su crítica a la política armamentística de Hitler y su acuerdo en "oponerse, por todos los medios a su alcance, a cualquier abandono unilateral de los tratados (de 1919) susceptible de poner en peligro la paz en Europa".

El mes siguiente, en mayo de 1935, se firmó el Pacto franco-soviético. Laval continuó las negociaciones que había iniciado Barthou con los soviéticos. Concluyó el pacto que estableció la ayuda mutua en caso de agresión no provocada, pero se negó a añadir una convención militar, propuesta por los soviéticos, que hubiera dado mucho mayor vigor al pacto. La presión de los sectores más conservadores de la sociedad francesa de alguna manera aguó la virtualidad del pacto franco-soviético.

La actitud británica tampoco ayudó a proyectar una imagen de firmeza ante Hitler. Ese mismo mes de mayo se firma el Acuerdo naval germano-británico por el que Gran Bretaña daba su reconocimiento al desarrollo naval alemán, aún cuando el acuerdo lo limitaba a una flota que no debía superar el 35% de la armada británica.

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