Después de los sucesos de mayo de 1932, Sevilla iba a sufrir otros días de angustia, pero en esa ocasión de signo contrario. En el mes de agosto de ese año el general Sanjurjo, exdirector general de la Guardia Civil, se sublevaba en la capital andaluza contra el Gobierno de la República. Pero, al fracasar el golpe en Madrid y declararse la huelga general en Sevilla, Sanjurjo se vio obligado a huir siendo detenido antes de cruzar la frontera con Portugal. Trasladado a Madrid fue sentenciado a muerte por un consejo de guerra. El gobierno le conmutó la pena a cadena perpetua pero, en abril de 1934, fue amnistiado.
Durante el resto del año 1932, el Comité Nacional de la CNT intensificó su campaña contra la “Ley de Defensa de la República” y en favor de los deportados por los sucesos de Figols. En el mes de diciembre, el Comité Nacional, de reconocida influencia faísta, acordó dar su incondicional apoyo a la huelga general proyectada por la anarcosindicalista Federación Nacional de la Industria Ferroviaria. Asimismo, manifestó su decisión de apoyar cualquier iniciativa revolucionaria impulsada por las Regionales. En el editorial del diario CNT del día 24 de diciembre de 1932, se decía: No es, pues, delirio de ilusos creer que en España está muy próximo un movimiento revolucionario anticapitalista, a cuya cabeza se pondrá la Confederación Nacional del Trabajo. El 8 de enero de 1933 se produjeron alzamientos en favor del Comunismo Libertario en Cataluña, Aragón, Valencia y Andalucía, que fueron rápidamente sofocados por las fuerzas del orden. Manuel Rivas, en calidad de secretario del Comité Nacional de Defensa168, había informado a todas las Regionales de que el levantamiento se produciría en Cataluña en la fecha ya señalada. Como es sabido, Rivas era a la sazón secretario general de la CNT y, supuestamente, la Federación Regional andaluza interpretó su comunicado como una orden confederal apoyando el movimiento revolucionario. Éste se inició en las localidades sevillanas de La Rinconada y Utrera, así como en varios pueblos de la provincia de Cádiz.
Ante el llamamiento de la organización y el convencimiento, equivocado, del triunfo en las zonas donde se habían producido estos levantamientos, el día 10 por la tarde los campesinos de Casas Viejas y Medina se lanzaron a una lucha que ellos pensaban que era general.
Casas Viejas, conocida posteriormente como Benalup de Sidonia, era entonces una pequeña aldea perteneciente al municipio de Medina Sidonia (Cádiz). Contaba con una población en torno a los 2.000 habitantes, en su mayoría obreros campesinos. Recordemos que por esas fechas el 40% de las tierras cultivables estaban en manos de 33 terratenientes. El paro era altísimo y los campesinos sobrevivían con una pequeña ayuda de seis reales que recibían del Ayuntamiento.
En este contexto se produjeron los sucesos que, brevemente, vamos a narrar. Ya que, para los interesados en profundizar en el tema, existen varios trabajos monográficos dedicados a estos sucesos.
Tras la proclamación del Comunismo Libertario el día 11 de enero por la mañana, los campesinos de Casas Viejas comisionaron al alcalde, Juan Bascuñana, para que comunicara al comandante de puesto de la Guardia Civil que debían rendirse por haberse declarado en España el Comunismo Libertario. Ante la negativa de la Benemérita se produjeron algunos disparos resultando heridos dos guardias civiles. Los cercados pidieron ayuda a Medina Sidonia y a las dos de la tarde entraban en el pueblo los refuerzos solicitados; tres horas después el gobernador civil de Cádiz enviaba más fuerzas desde San Fernando. Al llegar las primeras fuerzas a Casas Viejas, los guardias civiles mataron a un campesino desarmado e hirieron a otros dos. Ante esta situación, la mayoría de militantes destacados huyeron del pueblo para evitar la represión. Tres horas después de estos acontecimientos la aldea estaba totalmente ocupada por guardias de Asalto y civiles, a cuyo mando estaba el teniente Fernández Artal. Comienzan los registros casa por casa y detienen a Manuel Quijada, sospechoso de haber hecho fuego por la mañana contra el cuartel de la Guardia Civil. Quijada es conducido esposado a la choza de Francisco Cruz “Seisdedos”, en cuya casa se habían refugiado ocho personas: Pedro Cruz Jiménez, Jerónimo Silva González, Francisco García Franco, Josefa Franco, Manuela Lago, Manuel García Franco y María Silva Cruz (nieta de “Seisdedos”) apodada “La Libertaria”. Al forzar la puerta de la choza, un guardia de Asalto resulta herido por un disparo de escopeta desde el interior de la misma. Los de Asalto empujan a Quijada al interior de la choza para que éste convenza a los ocupantes de que se entreguen, sin lograrlo. Entonces el teniente Artal se pone en comunicación con el gobernador civil de Cádiz y le solicita el envío de más fuerzas y de bombas de mano para asaltar la casa. Sobre las dos de la madrugada, procedentes de Jerez, llega a Casas Viejas una compañía de guardias de Asalto compuesta de noventa hombres comandada por el, tristemente famoso, capitán Manuel Rojas, que asume el mando de todas las fuerzas. Según parece, Rojas recibió un telegrama del gobernador donde le ordenaba que arrasase la choza donde se refugiaban los revoltosos, en base a una orden del Ministerio. Los guardias, por orden de Rojas, incendian el techo de la casa pereciendo carbonizados todos sus ocupantes excepto María Silva Cruz y su primo Manuel García, que huyeron al comenzar el fuego por una pequeña ventana trasera. Otros dos niños que se encontraban en la casa no corrieron la misma suerte que los anteriores, muriendo por disparos de la fuerza pública cuando pretendían salir de la vivienda por la puerta.
Una vez sofocada la rebelión los guardias de asalto se dedicaron a detener campesinos en sus casas, los condujeron a la choza de “Seisdedos”, que aún mantenía las brasas del incendio, y allí los metieron y abrieron fuego a quemarropa contra un grupo de unas catorce personas. Según manifestaciones del médico forense, Joaquín Hurtado Núñez, que practicó varias autopsias Todos los muertos eran por delante, con heridas de mauser y pistola, en la cabeza, en el pecho y algunos en las piernas. No pude precisar cuántos fueron, pero todos de frente.
Con posterioridad a estos sucesos, la Guardia Civil practicó numerosas detenciones, torturando a la mayoría de ellos en las dependencias del cuerpo. También se produjo un intento de violación, por parte del jefe de prisiones de Medina Sidonia, Andrés Barrozo, cuando María Silva Cruz “La Libertaria” se encontraba detenida en las dependencias de la prisión.
En el Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes, de donde se ha tomado gran parte de la información, se recogen unos testimonios escalofriantes de numerosos testigos de los hechos.
El día 1 de febrero, el diputado radical-socialista, Eduardo Ortega y Gasset, declaraba en el Parlamento que lo que se había dicho oficialmente sobre Casas Viejas no recogía la verdad sobre lo sucedido en la localidad gaditana. Asegurando que se ha fusilado allí a varios campesinos que se encontraban esposados, y también que se ha prendido fuego con gasolina a la choza de “Seisdedos”.
Al día siguiente intervino en el Parlamento Manuel Azaña, presidente del Gobierno y ministro de Gobernación en funciones, por ausencia de Casares Quiroga, quedando demostrado que el presidente carecía de información veraz de lo sucedido. Azaña contestó a las acusaciones afirmando que "En Casas Viejas no ha ocurrido -que sepamos- sino lo que tenía que ocurrir…"
Ante la negativa del Gobierno de que se formase en el Parlamento una comisión investigadora para estudiar lo sucedido, un grupo de diputados encabezados por el capitán Sediles se desplazaron a Casas Viejas para informarse in situ de la realidad de los sucesos. El día 23 de febrero de 1933, Sediles daba cuenta en la Cámara del resultado de las investigaciones.
En ese debate el diputado radical, Martínez Barrio, intervino con dureza acusando al Gobierno de poner en peligro la vida de la República por la sangrienta represión de Casa Viejas, añadiendo: "Pero creo que hay algo peor que el que un régimen se pierda, y es que ese régimen caiga enlodado, maldecido por la Historia, entre vergüenza, lágrimas y sangre…"
Tras la intervención de Martínez Barrio, Azaña abandonó el hemiciclo indignado. En sus memorias, esa noche escribiría: "La sesión ha sido un espectáculo repugnante. Vorazmente se han arrojado sobre la sangre, la han revuelto, nos han querido manchar con ella…"
Al día siguiente, se volvió a reproducir el ataque en los mismos términos. Azaña tomó la palabra para exculpar al Gobierno de los sucesos del 12 de enero, manifestando que "…no había ni hay un Gobierno en el mundo que pueda impedir que un agente de la autoridad, por cualquier causa, se exceda en el cometido de sus funciones y que, arrastrado por una causa cualquiera, el temor, el odio o la venganza, se extralimite en el cumplimiento de su deber…".
Con estas palabras el presidente ya comenzaba a aceptar que, verdaderamente, no se había actuado correctamente en Casas Viejas, sin embargo, la inculpación recaía ahora directamente sobre el jefe de las fuerzas represivas, el capitán Rojas. Finalmente, se creó una Comisión parlamentaria remitiendo al juzgado los Diarios de Sesiones, los informes y partes oficiales y toda la documentación referente al asunto obtenida por la comisión.
En el mes de mayo de 1934, tuvo lugar una vista contra el director general de Seguridad, A. Menéndez y el capitán Manuel Rojas. La causa sobre Menéndez fue sobreseída y Rojas fue condenado a veinte años de prisión que, evidentemente, no cumplió. Poco después la derecha intentó obtener una revisión del juicio y, finalmente, en julio de 1936 lo puso en libertad.
En la literatura también ha quedado recogida la leyenda de Casas Viejas, de la mano de autores tan destacados como Ramón J. Sender, Pío Baroja, Pla y Beltrán, Federica Montseny, Victoriano Orebón Fernández y un largo etcétera. Además, la CNT publicó varios folletos novelados donde se narraba la epopeya gloriosa. Uno de estos folletos estaba editado por el Comité Nacional de la Confederación y se titulaba: La verdad sobre la tragedia de Casas Viejas. Otro, fechado un mes después, fue editado por la Regional andaluza y llevaba por título: ¡Han pasado los bárbaros!
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